Uno de los signos del jubileo es la peregrinación, un momento que simboliza un viaje espiritual y un camino de conversión y la reconciliación con Dios.
Nuestra peregrinación comenzó en Vic, España, donde visitamos la tumba de San Antonio María Claret y el museo dedicado a su vida. Allí su mensaje: “Enamórense de Jesús y del prójimo y lo comprenderán todo, y harán más cosas que yo”, nos marcó. Esas palabras fueron una inspiración y una brújula para todo lo que viviríamos después, recordándonos que el amor verdadero es la clave para entender y transformar el mundo.
Después viajamos hacia Roma, donde nos recibieron los claretianos en la Basílica del Inmaculado Corazón de María. Ese día, visitamos por primera vez el Vaticano experimentando una paz y serenidad inexplicable. Sin duda, Dios estaba presente en ese momento.
Uno de los momentos más especiales fue la celebración de la misa en una de las capillas de las grutas vaticanas, a los pies de la tumba del Apóstol San Pedro. Estar allí nos recordó que la Iglesia está cimentada en los apóstoles, y que nuestra misión como jóvenes cristianos es continuar edificando sobre esa misma roca con fidelidad y valentía.
Como comunidad claretiana de México, cruzamos la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y la de San Juan de Letrán, un momento que nos llenó de esperanza y renovación. Fue un recordatorio de que Jesús mismo es la puerta que nos conduce al Padre y que el peregrinar no es solo físico, sino espiritual; entrar por la Puerta Santa es abrir el corazón a la gracia de Dios.
El lunes 28 de julio comenzamos con Claret Way, un encuentro de jóvenes claretianos de distintos países: Corea, China, España, República Dominicana, Brasil, Argentina, México y muchos más. La bienvenida fue muy alegre, incluso la lluvia nos sorprendió, pero no nos detuvo: continuamos bailando y cantado, después vivimos una feria vocacional donde conocimos las diferentes ramas de la familia claretiana.
Por la tarde, tuvimos un momento de motivación y reflexión como preparación de la eucaristía. Nos pusimos en camino y mediante la reflexión del camino a Emaús, emprendimos una caminata en un parque, donde tuvimos diferentes momentos de reflexión.
Finalmente celebramos la eucaristía y el envío, donde me queda muy grabadas las siguientes palabras dichas en la homilía: debemos “aprender a vivir con la paciencia de que toda ira bien”; debemos “aprender a vivir poniendo todo el corazón en ése que aún no ha llegado, pero ha de llegar” y recordando las palabras antes dichas de Claret: “enamórense de Jesús”. Seamos peregrinos de esperanza.
El 29 de julio inició el Jubileo de los jóvenes. Por la mañana peregrinamos junto con Claret Way y cruzamos nuevamente la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Por la tarde participamos en la misa de bienvenida en la plaza de San Pedro, presidida por el obispo, quien nos invitó a darle la libertad a Dios de actuar en el momento adecuado, renunciando a nuestra voluntad para que se haga la de él. Al concluir la eucaristía, nos llevamos una sorpresa, el Papa León XIV apareció desde el papamóvil para dirigirse a todos los jóvenes que estábamos reunidos ahí. Nos recordó que somos la sal de la tierra y la luz del mundo, y nos animó con un desafío poderoso: “hoy están empezando unos días, un camino, el jubileo de la esperanza… sean siempre signos de esperanza en el mundo”. Además, nos invitó a rezar por la paz. Fue una bienvenida vibrante, que encendió el espíritu de alegría y compromiso misionero de los jóvenes.
El 31 de julio celebramos misa en la Basílica de San Pedro y después tuvimos el encuentro “Espacio Arde” con Claret Way, un momento de adoración al Santísimo que nos permitió arder en el amor por Cristo, alimentando el fuego de la fe en medio de la comunidad.
El 1 de agosto, participamos en una jornada penitencial en el Circo Massimo, donde miles de jóvenes de diferentes naciones acudimos al sacramento de la reconciliación. Fue un momento de reconciliación y paz interior, una verdadera fiesta del perdón.
El 2 de agosto peregrinamos hacia Tor Vergata, una larga caminata que nos recordó las dificultades y alegrías de la vida. Al llegar, el cansancio se transformó en alegría al ver a tantos jóvenes cantando, bailando y compartiendo. Durante el encuentro, llegó el Papa León XIV, recorriendo el recinto en el papamóvil y lideró una procesión portando la Cruz del Jubileo, rodeando de jóvenes de distintas culturas, música y emoción. Después el Papa respondió a las preguntas profundas de los jóvenes. Hablo sobre la amistad, la cultura digital y el vacío afectivo de nuestra época. Citó a san Agustín al afirmar: “Ninguna amistad es fiel sino en Cristo”, y destacó: “La amistad puede realmente cambiar el mundo; la amistad es un camino para la paz”. Además, subrayó que no se trata de “hacer algo”, sino de “estar” en comunidad, transformando el tiempo en memoria viva, presencia plena y encuentro auténtico.
El 3 de agosto, el Papa presidió la misa de clausura del Jubileo de los Jóvenes en Tor Vergata. En su homilía nos recordó y animó a "aspirar a cosas grandes, a la santidad" y no conformarse "con menos", recordándonos que otro mundo es posible más allá del consumo y la mediocridad. Se dirigió también a los jóvenes afectados por los conflictos en Gaza y Ucrania, enviándoles un mensaje de paz y esperanza. En la oración del Ángelus final, nos invitó a ser “semillas de esperanza” que compartamos alegría y fe dondequiera que estemos, y nos animó a participar en la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Seúl en 2027.
Después peregrinamos nuevamente hacia Roma, experimentando otra vez los retos y las alegrías del camino, comprendiendo que el verdadero peregrinar es la vida misma, y que con Jesús todo es más ligero.
Por la noche vivimos la clausura de Claret Way, donde oramos, compartimos danzas y tradiciones de cada nación, y celebramos la unidad en la diversidad.
El Jubileo es, en esencia, un tiempo de gracia, de reconciliación y de encuentro profundo con Dios. Vivirlo en Roma, en comunidad y junto a tantos jóvenes de distintas naciones, ha sido una experiencia de perdón y esperanza, pero sobre todo de descubrir el inmenso amor que Dios tiene por nosotros.
Cada momento del camino fue perfecto: desde las largas peregrinaciones hasta las eucaristías, las vigilias, las confesiones y los encuentros culturales. Todo sucedía como tenía que ser, como si cada paso estuviera cuidadosamente preparado por el Señor. En cada experiencia y en cada persona que conocí pude ver a Jesús vivo, recordándome que Él camina conmigo, que nunca estoy sola.
Llegué con un vacío en el corazón, con la sensación de estar un poco perdida, pero el peregrinar en comunidad me mostró a Jesús de maneras nuevas: en los rostros alegres, en las lágrimas compartidas, en la oración, en el cansancio superado juntos. Descubrí que la verdadera fuerza no está en mí, sino en dejarme amar y guiar por Cristo.
El Jubileo me enseñó que Dios siempre sorprende, que su amor llena cualquier vacío y que la fe no es rutina, sino una aventura que renueva la vida.
Por eso, hoy quiero invitar a todos los jóvenes a vivir lo que queda de este año jubilar: a abrir el corazón, a dejarse reconciliar, a entrar por la Puerta Santa que es Cristo mismo. No hay experiencia más grande que ese encuentro con Dios que transforma, que da sentido y que nos impulsa a caminar con esperanza.
Que este Jubileo no quede solo en el recuerdo, sino que se convierta en un punto de partida para seguir viviendo como peregrinos del amor, de la fe y de la paz que el mundo necesita.