Sábado 31 de mayo. Una fecha que quedará grabada en los corazones de muchas familias, sobre todo, en el alma de 84 niños que recibieron por primera vez a Jesús en la Eucaristía. Fue un día lleno de gozo, de fe viva y de gran emoción.
Para todo el equipo de catequesis, y en general para nuestra comunidad parroquial, fue un momento muy esperado. Después de meses de preparación, oración y mucho amor compartido, por fin llegó ese gran día. Los niños llegaron con sus familias y padrinos, radiantes, con el corazón preparado y sabiendo perfectamente el significado del encuentro que vivirían. No se trataba solo de una ceremonia: era una cita con Jesús, que les esperaba con los brazos abiertos.
La Santa Misa fue presidida por nuestro párroco y asesor, el padre René Pérez Díaz, quien siempre ha estado muy cercano a los niños. Ellos lo conocen bien, lo respetan y le tienen un cariño sincero. Él, con su estilo cercano, comenzó la celebración acogiendo a los niños con una cálida bienvenida.
La ceremonia inició con la presentación de los niños, realizada por una catequista en representación de todo el equipo y por un matrimonio que representaba a todos los demás. Fue un gesto sencillo pero cargado de significado, como diciendo al Señor: “Aquí están, los hemos acompañado hasta aquí, ahora te los confiamos a ti”. Luego, se hizo la entrega de la Biblia, para dar paso a las lecturas de la Santa Misa, en las que la Palabra de Dios resonó con fuerza nueva, como un susurro de amor para cada uno de los niños.
Tuvimos también otro momento muy especial: la entrega de la luz y del rosario. Gestos simbólicos, pero llenos de vida. La luz como signo de Cristo que los guía, y el rosario como recuerdo de que María camina con nosotros. Todo se vivió en un ambiente familiar, cálido y emotivo, pero también con la solemnidad que una ceremonia tan sagrada merece.
Desde el monaguillo más pequeño hasta los lectores, los ministros de la Eucaristía y por supuesto las catequistas, todos cuidaron cada detalle con respeto y entrega. Fue hermoso ver cómo los niños cooperaban con reverencia, cómo los padres de familia acompañaban en todo momento… El altar, lleno de flores, preparado especialmente para el encuentro con el Señor. Es una imagen que guardaremos en el alma con gratitud.
Durante la homilía, el padre René nos habló con el corazón. Nos invitó, especialmente a los padres de familia, a que esta no fuera la primera y última comunión, sino la primera de muchas. Nos recordó que es en casa donde se cultiva la fe, y que el ejemplo y la constancia son el mejor regalo que podemos darles. Habló con firmeza y ternura de la importancia de los sacramentos, de la vida en familia y del amor que nunca se apaga cuando se alimenta con Jesús.
Luego vino el momento tan esperado. La consagración. Esta vez, los niños sabían que ese era su momento. Sabían que Jesús estaría allí, realmente presente en el altar, más fuerte y más vivo que nunca. Y así fue. Cada sonar de la pequeña campana durante la consagración anunciaba lo que venía: el milagro del amor que se hace pan. Un niño comulgando por primera vez, con el alma pura, es uno de los actos más hermosos que se pueden presenciar.
Los niños fueron acomodados para comulgar uno a uno, acompañados por sus padrinos. Era conmovedor ver cómo cada padrino ponía el brazo sobre el hombro del niño, como quien dice: “Aquí estoy, te acompaño, te sostengo y caminaré contigo”.
Al final, nos despedimos de la gran celebración con fotografías del recuerdo. Rostros alegres, ojos brillosos, corazones agradecidos. Todo culminó en una ceremonia bella y solemne, como debía de ser.
Como equipo de catequistas, damos gracias a Dios por habernos permitido ser instrumentos en este camino tan hermoso. Agradecemos la confianza de los padres de familia, que año con año confían en nosotros para acompañar a sus hijos. Gracias también a nuestro párroco, por su respaldo cercano y firme; al equipo de liturgia, monaguillos, ministros de la Sagrada Eucaristía, y al coro Lumen, que con su música elevó aún más la belleza de la ceremonia.
Fue un día en el que Jesús vino al encuentro de 84 corazones pequeños, y nosotros fuimos testigos de ese milagro. ¡Gloria a Dios por tanto bien recibido!